sábado, 19 de febrero de 2011

"...COLOMBIA HACIA LA SEGUNDA REVOLUCIÓN Y VERDADERA INDEPENDENCIA NACIONAL..."

Resulta paradójico que en el año en que se conmemoró el bicentenario de los comienzos de la lucha revolucionaria y de la independencia que selló con la separación de Colombia de España, el Gobierno Colombiano, presidido por Álvaro Uribe Vélez y coaligado con el conjunto de las clases dominantes, entreguó a los Estados Unidos en bandeja de plata el Territorio Nacional para que se convierta en su gran "portaaviones terrestre". En una especie de protectorado, en definitiva para ser usado por el imperialismo del Norte en sus pretensiones de controlar los recursos energéticos y naturales que se encuentran en el centro y en el sur de América y de agredir a aquellos países de la región que intentan consolidar proyectos nacionalistas. Es cierto que el Gobierno de Júan Manuel Santos Calderón no se ha apresurado a tramitar de nuevo el proyecto ante el Congreso, pero eso es entendible, preocupado como está por legitimar su Gobierno. Sin embargo, tampoco ha cambiado su política entreguista, de represión a los movimientos sociales, con apoyo militar de los Estados Unidos, y su política de subasta de los recursos naturales que es todavía más agresiva que la del Gobierno anterior. La amenaza de la instalación de siete bases de Estados Unidos aún sigue latente, pasando por encima de desiciones tomadas por la Corte Constitucional Colombiana esperando para clavarse como puñalada sin anestesia en el momento menos esperado, de hecho se siguen haciendo adecuaciones en ellas. Dada la magnitud de la entrega y la postración de que hace gala el régimen Colombiano respecto a los Estados Unidos, se convierten en un mal chiste las celebraciones del último verano de la "independencia" (1) y resulta cínico hablar de soberanía o autodeterminación Nacional. La pérdida de independencia y la conversión de Colombia en un protectorado de Estados Unidos se demuestra recordando diversos aspectos de tipo militar, jurídico-político, económico y cultural.
EN EL ESTADIO DEL TERRENO MILITAR

En todos los momentos anteriores de los Gobiernos de turno, Colombia cómo País a sido y sigue siendo un lacayo, un peón acondicionado de los Estados Unidos en términos militares, y el imperialismo le ha proporcionado, y le sigue proporcionando "ayuda" a los Gobiernos "Colombianos" para mantener su criminal guerra contra la población más pobre de este país, encubierta bajo la bandera de "lucha contra el terrorismo", "la seguridad democrática" que aquí es puro cuento chino. Como expresión perversa de esta dependencia estructural con respecto a los Estados Unidos, militares y paramilitares procedentes de Colombia participan como mercenarios en guerras patrocinadas por esa potencia en diversos lugares del mundo (Irak y Afganistán) o en proyectos de desestabilización en América Latina (Venezuela, Bolivia y Honduras). Resulta revelador que Colombia sea el tercer país del mundo en captar "ayuda militar" de los Estados Unidos, habiendo recibido 5.276 millones de dólares entre 1996 y 2008, y que en un lapso similar de tiempo hayan sido entrenados en escuelas estadounidenses 72 mil militares procedentes de Colombia, lo que convierte a este país en el segundo del mundo en recibir este tipo de entrenamiento, después de Corea del Sur. Con los condicionamientos ideológicos (profundamente antiizquierdistas y anticomunistas) que se desprenden de esta formación en "la ciencia de matar", ¿qué independencia pueden tener las fuerzas armadas de Colombia, que se han convertido en una tropa de ocupación para salvaguardar los intereses del imperialismo en estrecha alianza con la lumpemburguesía criolla? ¿Acaso sorprende que Colombia sea el único país de Sudamérica que ha bombardeado a un país vecino y que pregona como legítima la "guerra preventiva", de clara estirpe estadounidense?
EN EL PLANO JURÍDICO Y POLÍTICO

La dependencia se manifiesta en diversos aspectos políticos y jurídicos, entre los que cabe resaltar el referido a la extradición de ciudadanos colombianos hacia Estados Unidos. Que se sepa, en ningún otro lugar del mundo, ni en ninguna otra época, un país, como lo hace Colombia, había entregado tal cantidad de connacionales para que fueran condenados arbitrariamente por autoridades judiciales estadounidenses. Basta con recordar que en los últimos ocho años de gobierno de Álvaro Uribe Vélez se extraditó a Estados Unidos a más de 800 personas colombianas, y aún en el gobierno actual se sigue con esa política de extraditar connacionales con lo cual se evidencia la inutilidad del sistema judicial Colombiano y se demuestra que el régimen uribosantista han sido y siguen siendo una marioneta de Estados Unidos. Hasta tal punto llega la dependencia en el terreno político y jurídico que los embajadores de Estados Unidos en Colombia ofician como procónsules todopoderosos (algo así como los virreyes en tiempos de la colonización española). Dictaminan lo que debe hacerse para complacer los intereses imperialistas, con pleno convencimiento de que las clases dominantes de Colombia cumplen las órdenes sin ningún reparo, tal y como sucede con la política exterior, sujeta a los requerimientos yanquis contra países como Venezuela y Ecuador. No sorprende, en esas condiciones, que la Embajada de Estados Unidos en territorio Colombiano sea la quinta más grande del mundo en cuanto a personal contratado. Tampoco resulta extraño que, como expresión de su sumisión a los dictados de la política exterior de los Estados Unidos, el régimen colombiano haya apoyado la guerra contra Iraq, el golpe de Estado en Honduras y los crímenes sionistas.
EN EL ÁMBITO ECONÓMICO

La entrega del país a empresas multinacionales de los Estados Unidos y de la Unión Europea se ha convertido en el proyecto central de la lumpemburguesía colombiana, para lo cual ha procedido a vender a bajo precio cuanta empresa pública existiese, incluyendo ha aquellas que fuesen rentables, como Ecopetrol. En ese proyecto se ha regalado el patrimonio público representado en empresas de gas, energía, agua, telefonía, telecomunicaciones, banca e infraestructura, lo que convierte a Colombia, según el Banco Mundial, en un lugar donde se respira un excelente aire para los negocios, puesto que aquí se ha hecho todo lo necesario "por simplificar los trámites de crédito, protección de la inversión extranjera y simplificación en el pago de impuestos". (2) Cómo parte de esa dependencia económica se eliminó la industria nacional para saciar el apetito voráz del capital financiero transnacional y las multinacionales. Se revitalizó, al mismo tiempo, el viejo esquema minero exportador, con la pretensión de convertir el territorio en una gigantesca mina a cielo abierto. El 80 por ciento del territorio nacional se ha ofrecido, sin ninguna contraprestación, a las empresas multinacionales de la minería y el petróleo para que se apropien y saqueen todos los recursos y se los lleven a sus países. A cambio dejan huecos de miseria, desolación y contaminación. Hay numerosos ejemplos que ilustran este hecho. En Cajamarca (Tolima) se proyecta explotar una mina de oro, administrada por la multinacional sudafricana Anglogold Ashanti, sin importar la destrucción de los ecosistemas de la región; mientras que en Marmato (Caldas) una compañía canadiense la medoro resources ha declarado que para poder explotar las mina de oro es necesario arrasar con la parte urbana del municipio, que existe desde hace más de 474 años, para escarbar en la montaña en busca del codiciado metal.
De la misma forma, este Gobierno ha ampliado de manera fraudulenta las concesiones a empresas extranjeras que extraen petróleo y recursos minerales, como ha sucedido con la Drummond, a la que se le prolongó en 30 años la posibilidad de explotar carbón y gas en varias regiones del país. A esto debe agregarse que el régimen de Álvaro Uribe Vélez se generalizó la exención de impuestos para premiar a las multinacionales por llevarse los recursos naturales, gabela de la cual siguen gozando en el Gobierno actual. Este sangrado equivale a unos diez billones de pesos y afectará al país durante los próximos años.

DEL ÁREA CULTURAL

La dependencia estructural de la Sociedad Colombiana con relación a los Estados Unidos se manifiesta también en el plano cultural, nada extraño si se recuerda que las clases dominantes siempre han tenido como modelo de vida a Londres, Madrid, París y, ahora, a Miami, mientras desprecian a los habitantes pobres del país. En efecto, Colombia se ha convertido en un suburbio pobre de la capital de Florida, lugar desde donde se transmiten programas de radio, se lanza al estrellato a cantantes y músicos, se fortalece el artificial American way of life, se divulga propaganda "pro yanqui" y anticomunista y se presenta como viable el modelo de sociedad típico estadounidense.

Con todo ello se cautiva a millones de colombianos y colombianas de todas las clases sociales, aunque para las mayorías pobres ese sueño se convierta en la pesadilla cotidiana de la violencia endémica propia de una cultura narco-traqueta (3), adobada con una lógica paisa (4) pueblerina y machista. No sorprende que esa cultura al estilo de Miami se haya convertido en el principal referente simbólico de gran parte de la población Colombiana, hasta el punto de que los héroes de la televisión, el celuloide y la música ya no hablan con acento criollo sino con el tono de las y los latinoamericanos que viven en Florida.

LOS FRENOS A LA INDEPENDENCIA
Al considerar todos los aspectos mencionados, que se encuentran interrelacionados entre sí, resulta tragicómico hablar de la independencia de Colombia, sobre todo en un momento en el que otros países de Sudamérica proponen romper con la sumisión existente con respecto a Estados Unidos. ¿Qué independencia, si somos uno de los países más dependientes y sumisos al poder imperialista y nos hemos convertido en un protectorado yanqui? ¿Qué soberanía nacional, cuando las fuerzas militares de Estados Unidos y las multinacionales capitalistas de ese país y de la Unión Europea se han apropiado de gran parte de nuestros recursos naturales y minerales?

Ante tan tenebroso panorama se desprenden algunas preguntas: ¿esa dependencia es ineluctable?, ¿no tenemos alternativa distinta a seguir siendo una neocolonia de los Estados Unidos? La respuesta a estas preguntas por parte de las clases dominantes de este país es afirmativa, porque para ellas no existe nada distinto a estar sujetas a los intereses de las potencias imperialistas, como se refrenda con la vergonzosa firma de Tratados de Libre Comercio que no son otra cosa que la entrega incondicional no sólo de los recursos y las riquezas de Colombia sino la negación de cualquier atisbo de independencia y soberanía, y esto gracias a los lacayos del imperio que tenemos aquí cómo nuestros gobernantes. Pero este camino no es irreversible, como lo demuestra la experiencia de lucha de las colonias españolas que se rubricó hace dos siglos con la revolución y la independencia de nuestros territorios del imperio ibérico, sino también con los procesos de revolución y independencia que en estos momentos se impulsan en otros lugares de Américay del mundo.

LAS LUCHAS Y LOS CAMBIOS
La postración arrodillada y servil de Colombia ante los amos del mundo refuerza la idea de José Martí de proclamar una segunda y verdadera independencia que nos permita obtener una auténtica libertad como nación. Ello debe hacerse junto con la modificación de la correlación de fuerzas internas dentro del país, que por ahora favorecen a los cipayos (5) de la oligarquía, correa de transmisión de la dominación imperialista. Para ello, puede ser un comienzo que se vuelva a denominar a las cosas por su nombre, como una forma de apropiarnos de la realidad. Es decir, que se nombren el imperialismo, la dependencia, la pérdida de soberanía del país y el entreguismo de que hacen gala las clases dominantes, de nuestro territorio y de nuestros recursos y riquezas. De esta manera será posible empezar a buscar y a construir la identificación como nación de las mayorías sociales. Es necesario construir un frente antiimperialista que plantee la prioridad de impulsar y materializar esa segunda independencia, para revivir el proyecto bolivariano de integración latinoamericana que nos permita construir un nuevo proyecto histórico que enfrente y derrote al decadente imperialismo estadounidense. Pensar y actuar para superar la dependencia estructural del país con relación a los Estados Unidos debe ser la tarea de todas las personas que pretenden ir más allá de las quimeras electorales para afrontar de plano los problemas más acuciantes de Colombia. Entre estos sobresalen la imposición de un modelo rentista exportador (ligado al capitalismo gansteril) que arrasa con los ecosistemas y al servicio del capital imperialista; la imposición de bases militares como mecanismo para agredir a otros países; o la firma de Tratados de Libre Comercio que aumentan la miseria y la desigualdad y fortalecen a los sectores oligárquicos. Pero todo ello debe estar enmarcado en la construcción de un proyecto social anticapitalista internacional que enfrente la crisis civilizatoria actual, que pone en peligro a la naturaleza y destruye a gran parte de los seres humanos.
(las mayúsculas y las negrillas y algunos ajustes son del titular del Blog)

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